miércoles, 11 de febrero de 2009

El cruce

Carolina acaba de comprarse un par de zapatos. Son justo lo que buscaba. Elegantes, sofisticados, parecidos a los que vio esta mañana en la revista de la peluquería. Abraza la bolsa con su tesoro y se imagina lo bien que le van a quedar con su vestido nuevo. Esta noche es la gran noche.

Javier saca el auto del estacionamiento y enfila hacia el Bajo. La reunión es en quince minutos y ya está llegando tarde. Quiere hacer el negocio de una vez, necesita esa plata. El auto de adelante frena en amarillo y Javier casi lo choca. La luz verde tarda en volver. Le quedan doce minutos.

Carolina está emocionada. Es su primera fiesta de largo y quiere lucir como una diosa. Porque va a estar Nacho. Y cada vez que piensa en Nacho siente como burbujas en el estómago y se pone colorada. Tropieza con un señor que paró porque cambió el semáforo. Le pide disculpas y sigue pensando en Nacho. Javier acelera para recuperar el tiempo perdido. Va pensando en qué le va a decir al cliente, cómo le va a presentar el producto. Es un hueso duro de roer el tano éste, pero Javier necesita cerrar la operación. Tiene que lograrlo de cualquier manera. Nacho tiene que besarla esta noche. Se va a poner un rojo intenso en los labios y el perfume de Nati, buenísimo, matador, de mujer. El asunto es cómo empezar la conversación. ¿Con alguna disgresión o directo al punto? Al tano no se le puede hacer el verso, es demasiado vivo. Mejor ir directo al punto. Otro semáforo en rojo. Le quedan 6 minutos. Saca la cabeza por la ventanilla y mira hacia arriba. Las nubes están tomando un color plomizo. Va a llover. Piensa que si llueve no van a poder bailar en la terraza, a la luz de la luna, como ella sueña para su noche romántica. Tropieza con una baldosa rota y trastabilla. Casi se le cae la bolsa cuando se sujeta con fuerza de una reja. No quiere torcerse un pie justamente hoy. Hoy es el día. Si todo sale bien, lo va a invitar al tano a cenar aunque tenga que quemar la Master.
Le quedan tres minutos. Empieza a llover y él sabe que, cuando llueve, el tránsito se complica. ¡Qué lástima, está tan cerca!... La lluvia cae sobre el parabrisas, el pavimento, los techos, las veredas, las personas... Ella no quiere que se le moje el pelo recién arreglado. Esquiva a la gente que se apresura por la vereda. Se desliza junto a la pared siempre abrazando la bolsa, ahora moteada con gotas de agua. Se apretuja con otros en la ochava para poder cruzar cuando haya un claro en el tránsito. La lluvia arrecia. Los limpiaparabrisas trazan arcoiris borrosos sobre el vidrio; a través de sus franjas de color Javier alcanza a ver a una mujer de tapado rojo que avanza hacia el cordón de la vereda. Parece dudar un momento. Luego baja al pavimento y corre a través de la calle. Carolina trata de taparse el cabello mientras cruza, cuando el auto la embiste y la lanza varios metros más allá, como una muñeca desarticulada y muerta. Todavía sujeta con una mano tiesa la bolsa desde donde se asoman, curiosos, los zapatos de fiesta.

Con un volantazo, Javier evita a la mujer del tapado rojo y le grita: ¡Tarada! ¡Si te querés suicidar tirate al río! aunque sabe que la mujer ya no lo escucha, porque sigue corriendo hasta un techo protector. Estaciona y mira el reloj. Definitivamente, está llegando tarde.

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